El buen ejercicio de la abogacía
Este artículo se centra en una de las cuestiones más apremiantes que incumben, no sólo a los profesionales del derecho (abogados, juristas, profesores, jueces y otros operadores jurídicos), sino a toda la sociedad.
El buen ejercicio de la abogacía es el tema fundamental que debe preocupar no solamente a los distintos operadores jurídicos y/o a las distintas personas que tienen alguna relación o injerencia, directa o indirecta, en el ejercicio profesional de la carrera de Derecho. La importancia radica no solo en los efectos prácticos e individuales que se derivan de un buen ejercicio profesional, tales como el reconocimiento en el foro, el buen prestigio personal del abogado, un aumento de clientes, o una buena paga por los servicios prestados, entre otros, sino además, en los efectos sociales positivos que una buena práctica jurídica atraería, como por ejemplo, la mejora de la imagen pública de todos los profesionales en Derecho, sean éstos servidores públicos o abogados postulantes.
Desde hace tiempo lamentablemente, la imagen del abogado en general, y de los operadores jurídicos en particular (jueces, agentes de ministerio público, abogados de oficio, servidores de la administración pública, entre otros) se ha visto perjudicada y mancillada sobre todo, por la mala praxis de supuestos licenciados en Derecho que, faltos de ética y de todo tipo de conocimiento jurídico, se han encargado de llenarse los bolsillos a costa del sufrimiento ajeno de los clientes que llegan a caer en sus manos.
La diferencia más importante entre un buen abogado y un simple leguleyo (coyote en lenguaje coloquial), se encuentra no solo en el profundo conocimiento del derecho y las buenas técnicas y habilidades jurídicas que aquél posee y que este último ignora, sino también, en los principios éticos y morales que guían en todo momento al primero en su actuación, y de los que a todas luces el segundo carece, desconoce o simplemente no los atiende.
Cuando las distintas y nocivas malas prácticas corruptas de algunos abogados se erradiquen de raíz o por lo menos comiencen a disminuir, la confianza de la ciudadanía en los practicantes de esta profesión tan digna será recuperada y recobrará el vigor que tanto necesita actualmente para volver a tener aquella imagen positiva del Derecho como una de las mejores profesiones que existen en el mundo para ejercer.
Los buenos abogados desde todas y cada una de las trincheras en donde se encuentren trabajando, deben contribuir a restablecer la imagen digna de la profesión del Abogado utilizando para ello toda su capacidad y los medios intelectuales y materiales con los que dispongan, no deben olvidar y sí por el contrario gravarse en la consciencia con tinta indeleble, aquellas sabias palabras expresadas por el gran jurista uruguayo Eduardo Couture en su mandamiento décimo del Decálogo del Abogado: "Trata de considerar la abogacía de tal manera que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti proponerle que se haga abogado".
La lucha por el Derecho incumbe a todos los profesionales que ejercen la profesión legal, la derrota o la victoria en esta batalla tan trascendente depende de la prudencia, el honor, la capacidad, los conocimientos y la moral personal de todos y cada uno de los buenos abogados que afortunadamente existen y son los más. Lo que se necesita para llegar a la meta es una ardua y constante labor que requiere de abogados comprometidos no solo con el Derecho y sus intereses personales, sino también con la Justicia y con el interés ajeno del cliente por el que aboga y con el que lucha mano a mano.
"La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces", esperemos que al final de esta lucha podamos saciar esa tan anhelada sed de Justicia.